Tragedia de Concha del Oro. 19. Testimonio musical de México, volumen 61

La revolución maderista que ha triunfado sin rencores políticos sólo dura un instante. Asesinado Madero, Huerta ocupa su lugar y pronto el descontento desemboca en una rebelión que se encarga de demoler un panorama ficticio, y otra vez la llama que empieza a fulgurar en el norte se hace incendio en manos de Pancho Villa y la patria se desangra de nuevo.El Cuervo ha llegado al pináculo de la gloria. Ya no es el pelón que en 1870 se unió en Colotlán a la columna de Ramón Corona, pues a su paso por el Colegio Militar se ha refinado. Tal parece que sólo sus rasgos indígenas quedan como únicos restos de su antiguo origen. Embriagado, enloquecido, enervado por el poder, trata a toda costa de implantar las directrices que desde la Embajada Americana le impone Lane Wilson, y aunque en ocasiones tiene lapsos de lucidez patriótica, como cuando rehúsa rendir honores a la bandera de las barras y las estrellas frente a Veracruz, su línea de conducta correrá siempre paralela a la traición.Provocado el estallido de las armas, los trenes serpean nuevamente por llanuras y montañas, y otro ciclo, único, genuino, esplendoroso se abre y los cantos anónimos encuentran renovados temas épicos que expresan el valor, el sentimentalismo y el buen humor de los combatientes, de los espectadores y de la peonada, que, abandonándolo todo, se lanza a liquidar a los hacendados, a los prefectos políticos, a los jefes de armas y a los caciques que en contubernio inconfesable se aliaron al huertismo.