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Instituto Nacional de Antropología e Historia
Muchos centros de población debieron su existencia y su renombre a la riqueza del subsuelo; Sombrerete no fue ajeno a esa condición y, debido a la torrencial abundancia de los frutos de sus minas de Vetanegra y Pabellón, alcanzó tan notable desarrollo que muy pronto logró colocarse entre los primeros productores de plata de América.Todavía al declinar el siglo XIX, los viajeros la consideraban, después de la capital, la más caracterizada de las ciudades zacatecanas no sólo por su estilo arquitectónico y urbanístico –pues se decía que la calle Real, la mayor del estado, era la más europea de los minerales de México–, sino también por el temperamento de su conjunto social que le daba un soplo de cosmopolitismo, ya que su comercio estaba en manos de europeos, asiáticos y estadounidenses, y además por su gratísimo ambiente, así como por la cortesía y buenas costumbres de sus habitantes, pues, aunque con las últimas bonanzas había absorbido a muchos pobladores de toda la nación, ni siquiera esto logró quebrantar la amable condición de su espíritu. Todo ello hacía que la ciudad tuviera un alma distinta, un ritmo diferente y una luz y personalidad propias.Eran tantos y tan famosos los centros mineros diseminados sobre el suelo americano que, hasta mediados de la última década del siglo XIX, poco había ocurrido que pudiera concentrar la atención mundial sobre Sombrerete; pero fue precisamente entonces cuando ocurrió un acontecimiento que aumentó, como ninguna otra ocasión, la población del cementerio local. A las cero horas del 26 de febrero de 1897 entró el turno de tercera: era una jornada de trabajo como cualquiera otra en la mina, y poco tiempo después los trabajadores se encontraban a una profundidad de 360 pies en los pasajes transversales que unían al tiro de San Amaro con el de San Francisco, situados bajo gruesas capas de roca metálica. A pesar de que aquella urbe subterránea, llena de niveles entrecruzados, estaba mecanizada, una docena de mulas tiraban las vagonetas colmadas de piedras de plata.Horas después, cuando la población dormía profundamente y los trabajadores arrancaban al subsuelo el diario sustento, el silbato de The Sombrerete Mining Company empezó a “aullar” desesperadamente. El viejo mineral despertó sobresaltado y a los pocos segundos un tropel humano enloquecido corría vertiginosamente en dirección de la mina, donde los tiros de San Amaro y San Francisco lanzaban tremendas bocanadas de humo. Hombres, mujeres y niños se posesionaron violentamente de los patios de la empresa, implorando a gritos por los suyos.Un terrible incendio, iniciado a las 3 de la madrugada de ese mismo día, en el tercer piso de San Amaro, se propagó a su gemelo de San Francisco y todo el pueble interior, compuesto de 115 mineros que trabajaban en lugares más profundos que el del incendio, quedó atrapado. El mismo día del accidente, bajo la dirección del superintendente Roberto Kaiser y asistidas por dos compresoras que trabajaban a 80 libras de presión para comunicar aire y agua al interior, las cuadrillas de salvamento, renovadas cada once minutos en vista de que no resistían más tiempo, lograron llegar al interior y localizar el fuego, pero los esfuerzos por salvar a los mineros de la muerte fueron, aunque titánicos, infructuosos.
Data Sheet | |
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Title | Mañanas de San Amaro y San Francisco. 14. Testimonio musical de México, volumen 61 |
Creator | Fonoteca INAH |
Type object | Grabación de audio, Música |
Institution | Instituto Nacional de Antropología e Historia |
Credits | López Hernández, Diego Alonso (recordist), Quijas Arias, Omar (recordist), Tejada Ibarra, Arturo Carlos (Singer) (Musician), Dueto Hermanos Tejada (Musician), Tejaba Ibarra, José Inés (Singer) (Musician) |
Available formats | JPG |
Identifier | oai:mexicana.cultura.gob.mx:0014137/0092381 |
View original record | http://mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/object/musica%3A1432 |
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