Viva la República Mexicana, viva el 16 de septiembre

Un año después de los espectaculares festejos del Centenario de la Independencia de México, todo había cambiado: se habían iniciado las luchas revolucionarias que llevaron a Porfirio Díaz a firmar los Tratados de Ciudad Juárez con su opositor en las elecciones de 1910, Francisco I. Madero, y a salir del país rumbo a su exilio en Francia en mayo de 1911. Los festejos de la Independencia ese año estuvieron a cargo del presidente interino Francisco León de la Barra, pues no sería hasta octubre de ese año cuando se elegiría a Francisco I Madero como presidente de México. Esta hoja volante muestra, en su anverso, un medallón ovalado donde se encuentra el busto del cura Miguel Hidalgo y Costilla, rodeado por el título que forma un cuadrado a su alrededor. Hidalgo, como figura histórica, tuvo defensores y detractores a lo largo del siglo XIX. La exaltación o crítica a sus acciones en la guerra de Independencia dependió de las posturas políticas de los historiadores y del gobierno en turno. En este caso, el texto es una apología a Hidalgo, caracterizado como mártir de la Independencia y responsable de la libertad del pueblo mexicano, la paz nacional y el respeto de las naciones extranjeras. Este discurso coincide con la construcción de un panteón de héroes nacionales que tuvo lugar durante el Porfiriato y que culminaría con la construcción de la Columna de la Independencia en honor a los insurgentes en 1910. Quizá era muy pronto para que se percibiera un cambio interpretativo en la historia patria.