Corrido de Luis Moya. 16. Testimonio musical de México, volumen 61

Ya los años cegaban el carácter de don Porfirio, quien se mostraba inflexible a toda innovación; ya Moya surcaba en marcha triunfante el oeste zacatecano; ya la Revolución no podría ser detenida, pues el maderismo se había tornado en un movimiento recio y coordinado. Los gorrudos locales, plenamente identificados con el pueblo, están inflamados de valentía de la cabeza a los pies y “tienen la misma pinta fibruda y el mismo ardor combativo” de los chihuahuenses que dan pelea sin tregua a los federales, allá en los confines del norte.Al frente de un puñado de bravos que escasamente alcanzan los 300, Moya ha podido llevar la revolución a Durango y a Jalisco. Encontrándose en tierras hidrocálidas, el sábado 8 de abril, hace una apuesta con otros caudillos de que al día siguiente almorzaría en la capital de su tierra. Efectivamente lo cumple, pues el Domingo de Ramos cuando se creía estar atacando Aguascalientes, en cuyas cercanías se encontraba la noche anterior, cae, en un asalto legendario, sobre la bien guarnecida ciudad de Zacatecas; mientras los enfiestados habitantes le vitorean, las tropas federales y las del estado, que son concentradas inmediatamente para combatirlo, quedan impávidas sin acertar a salir de su azoro.Y otra vez su gran autoridad, sus antecedentes de prestigio, su don de mando, su nobleza ilimitada, su valentía desmedida y su honradez acrisolada quedan refrendados; en tanto, el ejército, que creía se trataba de “un pobre viejo loco”, se apresura violentamente a rectificar su opinión y a exterminar sin tregua alguna al caudillo.Camino de la sierra, el juglar anónimo que milita en el regimiento irregular de maderistas empieza a delinear con rasgos cariñosos al personaje principal de la epopeya. Moya encierra la valentía, lucha con exagerado patriotismo y está consciente de su deber.